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tengo a Víctor tumbado todo lo largo que es en el suelo. me mira con sus ojos amarillos. directamente a los ojos. me busca. creo que da dos duros por mis pensamientos. me fijo en su cuerpo, delgado, esbelto, a pesar de estar castrado no ha perdido planta. negro como la noche y con el lucero de la aurora en la panza. zarpas de pantera y naricilla curiosa. reparo en sus patas. son largas como un día sin pan. millones de terminaciones nerviosas confluyen allí permitiéndole caminar y saltar de la cocina a la mesa. miro, de nuevo, sus patas largas y no puedo dejar de pensar en aquella vez que yo tuve un cordero.menuda comparación, diréis. un corderito blanco como el del anuncio del norit. mi abuelo lo llevó a casa para criarlo y para que fuese el festín de las fiestas del pueblo. eso era lo normal. lo que no fue normal fue todo lo que ocurrió después. a estas alturas de la historia ya os podréis imaginar que ese animal se convirtió en mi amigo. lo quería por encima de todas las cosas a pesar de lo mal que olía. el amor y la higiene parece que no se conocen. mi abuelo me dejaba jugar con el y hasta echarle de comer. no había mayor felicidad aquellos días. hasta que me reveló dos grandes secretos: el corderito tenía los días contados y que además de la alfalfa que traíamos del campo también tenía que comer pienso compuesto porque sino solo iba a echar patas y no iba poder ser el plato principal del día del cristo. pero como se dice mucho por estos lares por la boca muere el pez y mi abuelo sin sospecharlo me convirtió en una activista de Greenpeace que no tenía más de siete años. todos los días cuando iba a jugar con mi cordero Le ponía mucha de agua y mucha alfalfa y el pienso se lo echaba a los conejos. porque también teníamos conejos. estaban gorditos, gorditos. y así me iba yo tan contenta a casa pensando que ya tenía un amigo para siempre. faltaba poco para darme de bruces con la realidad. un día al volver del colegio vi que tardabamos mucho en preparar las cosas para ir donde mi amiguito. Le pregunté a mi abuelo que me dijo tan tranquilo que el cordero solo estaba echando patas y que un animal así no servía. ríos de lágrimas me corrían por los mofletes. como podían haber vendido a mi amigo a otras personas que desde luego no lo cuidarían como yo. no paraba de pedirle que lo trajesen de vuelta que yo me encargaría de que se comiese todos y cada uno de los granos de pienso. nunca volví a ver a mi amigo patas largas. aun vengo su memoria cuando no compro norit en el super y cada vez que me niego a comer carne. muchas veces nos empeñamos en cambiar el curso de la vida, el orden natural de las cosas sin darnos cuenta que todo busca el camino trazado. llamalo destino o lo que sea. nos aferramos a historias, a recuerdos o a personas a las que sólo les crecen las patas y no hay nada más. puede que sus largas extremidades amortiguen el golpe de la caída desde las nubes pero lo que está claro es que lo que cuenta de verdad no necesita nunca ser engordado. como a Víctor por ejemplo.
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