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al principio de todo esto lo que más echaba en falta era el café del bar. no podía dejar de pensar como hace la gente para ponerse en marcha por la mañana sin un café. el caso es que se puede. nadie se muere si no toma café por las mañanas. yo tampoco. poco a poco me habitue a esos polvos que se disolvian en leche, sin lactosa y desnatada. al cabo de un mes, más o menos, de confinamiento encontré una cafetería abierta y pensé que hay espejismos que si se pueden tocar. o mejor dicho, oler. nunca he estado en el desierto pero vivo en Madrid y parece que aquí todo es posible. tenía miedo de que la cafeína me llevase hasta la locura. sucedió todo lo contrario. pude saborear todos y cada uno de los granos de café ahí molidos. pero hoy, veinte días después, ha ocurrido otra cosa. ya no solo quería café sino también un pincho de tortilla. ya sabéis, el ser humano es así de caprichoso. siempre necesitando algo más. el mundo se desmorona y yo solo quiero café y pincho de tortilla. puede que no sea París lo que siempre nos quede sino un café.
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a veces cuando decido que ha llegado el momento de sentarme a escribir una nueva entrada de este diario, me siento en el sofá y me quedo quieta esperando. las musas nunca se bajan aqui. esto no es muy bucólico, la verdad y no me queda más remedio que escribir lo que surja. hoy, mientras hablaba con mi abuela, me he sentido un poco el capitán del barco. no hace más que preguntarme que día voy a ir porque quiere que salgamos a dar un paseo por el pueblo.. ella nunca ha oído hablar de la teoría del iceberg y de como por cada capa que vemos en la superficie hay siete que se esconden bajo el mar. tengo la sensación de acercarme peligrosamente y sin darme cuenta a ese iceberg. hay una parte de mi que quiere alargar la mano y sentir su frío y otra parte que rema cada vez más fuerte a contra corriente. quizá el titanic sólo es el titanic por el iceberg que lo convirtió en leyenda. quiza aún este a tiempo de echar un bote salvavidas. o quizá estemos ya en época de deshielo.
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