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hace ya algunos veranos, no podría precisarlo con claridad, una parte del sembrado del campo se tornó en charca. las maravillas de la naturaleza. y del acuífero 23. de la noche a la mañana teníamos una especie de laguna que brillaba bajo los rayos del sol. la gente del pueblo y de otros lugares peregrinaban como si aquello fuese un milagro. yo, con recelo, lo miraba todo desde la distancia. no tenía muy claro que si esa charca siguiese creciendo no fuese a llegar hasta mi casa. hasta que de repente, un día, sin saber ni cómo ni cuándo, aparecieron ellos. cientos y cientos de flamencos rosados se instalaron en la charca. y a mi me parecía lo más exótico del mundo. nunca había visto flamencos tan de cerca. jamás los habría imaginado como habitantes de un pequeñísimo pueblo manchego. y sin embargo, allí estaban. gráciles, elegantes sobre sus largas patas... me parecian la máxima perfección. se paseaban de un lado para otro, se alzaban en vuelo, picoteaban el agua, caminaban en pareja, se dejaban fotografiar... hasta que llegó la noche. imaginaba a los flamencos ahora plateados por la luna. y me acordaba de aquellos versos de Lorca. pero lo que descubrí aquella noche es que muy poca gente escribe sobre el lado feo de las cosas. pocas veces hablamos del incordio que puede ser un atasco o de las rozaduras que nos hacen unos zapatos nuevos. del ruido que hace un flamenco tampoco. lo de aquella noche fue casi de ciencia y ficción. durmiendo ajena a todo lo que sucedia afuera una vez que cerré los ojos una especie de bocina me sacó del sueño. aquello era horrible. era como si un tren fuese a pasar por mi lado en cualquier momento. me levante y salí hacia el pasillo para ver que ocurría y me encontré con mi madre que también se había despertado con aquel estruendo. no os podéis hacer ni una idea del ruido que había y que no sabíamos de donde procedía. una vez que los ojos se habituaron a la oscuridad y al destello de la linterna y puse mi atención en aquel ruido fui comprendiendo que "eso" venía de la charca y aquel sonido no eran sino los flamencos en plena algarabía. mi madre y yo nos echamos a reír porque quien iba a imaginar que unos animales con esa anatomía tan perfecta tenían esa garganta. por suerte se apaciguaron rápido y pudimos volver a dormir. al día siguiente los contemplaba desde la distancia y pensaba que la belleza, en la mayor parte de los casos, no está en los ojos del que mira sino en los oídos del que escucha. el orden de las cosas. algo tan nimio y que es tan importante. porque al final nos acordaremos de aquellas cosas por el ruido que hicieron en nuestra vida. no se cuanto tiempo más se quedaron los flamencos en la charca. desde entonces no he vuelto a ver a ninguno de ellos pero mientras escribía esto tenía su canto a todo pulmón en mis oídos.
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