martes, 5 de mayo de 2020

el hilo rojo

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de pequeña tuve muchos de esos diarios que se cerraban con una pequeña llave dorada. se suponía que ahí escribías aquello que nadie debía ver. de ahí lo de la llave. imaginaba contar auténticas aventuras, amores imposibles, encuentros fantásticos  y hasta varios milagros. se suponía que ese diario iba a ser mi mejor confidente al llegar la noche. la realidad era que por las noches yo tenía demasiado sueño como para ponerme a pensar si me había ocurrido algo digno de contar y mantener bajo llave. creo que nunca pasé de la tercera hoja. y esas llaves eran tan pequeñas que se perdían fácilmente. la cosa, estaba claro, no prosperó. ahora estoy a punto de cumplir cuarenta y un años y llevo cincuenta y cuatro días escribiendo un diario. no tiene llave ni muchas confidencias, ni grandes historias ni aventuras por los cinco continentes. quien escribe un diario creo que también ansia terminarlo. y no es que yo esté aburrida de escribir sino que este mismo diario ya va pidiendo un punto  final. última hoja. cerrar el candado. tirar la llave. ese es el orden establecido. no puedo negar que quiero que llegue un nuevo día uno. día-uno. aunque yo, mejor que nadie, se que cada día que suma es otro que resta. pero quiero abrir la puerta, bajar a la calle y mirar las cosas con ojos de día uno. como un bebé abre los ojos al mundo exterior. hay días en los que me cuesta mucho diferenciar principios y finales aunque sin el uno no exista el otro. aunque yo me siento como el perro del hortelano que  ni empiezo ni termino. lo mio siempre fue de historias interminables. pero a este impasse Le quedan cinco días y entonces habrá llegado el momento de continuar por otro lado. quizá dentro de poco ya me pueda sentar al fondo de una cafetería donde no me vea nadie a leer y a apuntar las  tres ideas que se me cruzan por la cabeza o a imaginarme la vida de aquellos que rápido se toman el café y salen a la carrera. ahora todo está ahí afuera. este diario ha sido mi Wilson en este naufragio de casi sesenta días, la bengala que alertó al barco de mi posición, la grúa que me conectó como ese famoso hilo rojo con todo lo que dejé postergado e imaginado.

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