hoy al bajar la basura, un gran acto de libertad momentánea, me he encontrado apoyado en el contenedor el estuche de un violonchelo. era marrón oscuro, diría que de piel. con un asa dorada. he mirado con más atención por si acaso también estuviese su inquilino. pero no. ni rastro. y eso me ha alegrado. nunca me hubiese imaginado feliz junto al contenedor de la basura.
supongo que lo único que ha hecho el dueño del violonchelo es cambiar la funda por una nueva. creo que algo así es lo que deberíamos hacer nosotros cuando retomemos la normalidad. quitarnos ese envoltorio que ya no nos sirve y buscar uno nuevo a medida pero que contenga todo aquello que somos. como la música del violonchelo. no vaya a ser que accidentalmente tiremos lo más importante.
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Es bastante curioso las cosas que se pone a pensar una en estos momentos. después de comer se me ha venido a la cabeza que no recuerdo la contraseña de mi ordenador de la oficina. supongo que ahora mismo eso no Le hace falta a mi cerebro y se ha puesto a deshacer cosas. puede que tampoco recuerde como quitar la alarma y la lie parda. es curioso el tiempo de nuestra memoria. en conjunto vacío verónica Gerber hablaba de los anillos de los árboles como forma de medir el tiempo. pero como medimos ahora todo este no-tiempo?
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me sorprendo a mi misma al darme cuenta que en todos estos días no he dicho que me aburría en ningún momento. que no duermo y que quiero café del bar me puedo hartar de repetirlo pero nunca me he sentido aburrida. puede que haya desarrollado la paciencia que tuvo Helen Macdonald en H de halcón al domesticar a su azor y hacerlo volver siempre a su brazo, a convivir con su lado salvaje y carroñero. quizá yo también he sido capaz de domesticar el lado más salvaje para no salir herida de muerte cuando abran la puerta de la jaula. como decía Walt Whitman si no estoy en un lugar, búscame en otro sitio, en algún lugar te estaré esperando.
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